La segunda vez fue en febrero, de vuelta en ocasión de haber llegado de navegar y dispuesto a repetir la anterior salida con mí amiga, íbamos en un auto quien sabe para donde, ya bastante entonados y divertidos, paramos en una esquina, mí amiga dice “levantamos a Laura y seguimos...” Se llama Laura, pienso. Sube abruptamente, pega un portazo, no agradece, está enojadisima, habla mucho, no grita pero el tono de voz es molesto. No puedo creer tanta belleza, ahora está sentada a mí lado, yo la quiero mirar pero no me animo así que aprovecho cada vez que no me mira para hacer una pasada rápida. Hoy tiene una pollera hindú y parece más de entrecasa, más cómoda. No está maquillada, es aún más hermosa sin maquillaje, la piel de su rostro, la delicadeza de sus manos, todo en ella es alucinante, ¿quien la hizo enojar? Algo le digo, no recuerdo qué, pero se enoja más, me contesta fuerte, intempestivamente, me callo, miro hacia abajo como quien pierde una pelea a la primer trompada. Si alguna vez soñé con que me diera un mínimo de bola, ahora perdí toda oportunidad en mí primera interacción con ella. Su noche no venía bien, perdió la billetera, peleó con su ex...
Esas dos ocasiones no se parecen a esta, hoy parece distinto, tengo la sensación que esta es la verdadera Laura. Va tranquila, sonríe, habla bajito, ella está iluminada, sonriente, hermosísima. La noche es perfecta, las luces, el aire, la música de fondo, muy sábado. Ella, Laura, camina entre mis amigas. A pesar de los posteriores comentarios de alguna amiga yo nunca pregunté por ella, sabía que no tenía chance.
Camino adelante, solo, creo que por vergüenza, no quiero estar ahí entre ellas, creo que no le caigo bien a Laura. ¿Para que arruinarle la noche y arruinármela a mí, si las dos últimas veces no fueron buenas, así que miro hacia adelante mientras escucho los murmullos y las sonrisas detrás mío, pienso: «otra noche más como tantas y a dormir».
Mientras, camino pensando en que mañana ya salgo de nuevo a navegar, que tengo que disfrutar todo lo que pueda, que si tengo plata, que si estoy bien peinado, que si el pantalón me queda bien, que si conoceré a alguien o me iré a casa otra vez solo. Mientras todo eso pasa por mí cabeza siento que alguien me toma el brazo. Miro y es ella. Yo que no me lo creo todavía, no sé si pasan segundos o una vida hasta que digo hola, ella me sonríe, me mira a los ojos y yo muero en ese instante. Quiero hablar pero no me salen las palabras, ella toma el control.
—¿Puedo ir de tu brazo? Capaz me baja la presión, me siento flojita —mientras apoya su mano sobre la mía y yo siento que el universo se ordena, que la vida se encauza.
Soy capricornio así que mí costado pesimista dice: “Noooo Ale, no te ilusiones que después duele... Tranqui Ale... nada de nervios, es solo interacción entre dos seres humanos, nada más”. Lejos de ponerme nervioso, el reposar de su mano en la mía me trajo una paz inexplicable, algo que no había sentido nunca, como si por fin algo se completara, como si por fin nos hubiéramos reunido después de mucho tiempo… Cómo si en esa pequeña parte, como si en esos cortos segundos la vida te de algo que recordar... que ese pequeño momento dure en mí mente para siempre.
De golpe siento que esa mano me sacude ¡Un grito! ¡Un sacudón!
—¡¡¡Nene!!! ¡¡¡Heey!!! ¿En qué estás pensando? ¿En la con*#@ estás pensando? ¡Despertate, estamos en maniobra!
Vuelta a la realidad, diciembre del año 96, estoy en el barco como siempre, como ya es costumbre en mí vida. El viento azota fuerte, las olas golpean el casco y el agua es lanzada por el viento hacia la capucha de mí capota. Me sacude la cabeza, entrecierro los ojos para poder ver a mí alrededor y ubicarme en tiempo y espacio, se viene mal tiempo, el barco se revuelca, intentó hacer pie, estoy todo empapado, soplo agua. Mi mente se había ido por un rato, se había escapado a otra realidad.
Cada vez más seguido me pasa esto.
El tiempo acá se hace largo, el ambiente y la convivencia tiene sus vaivenes, no es tan ameno, tampoco tan bravo, solo somos gente diferente conviviendo en un espacio reducido, trato de adaptarme. Con el correr de los días la vida personal con la laboral se mezclan, mí mente tiende a escaparse naturalmente; desde que llegué acá he tratado de integrarme, es difícil, al menos para mí que a pesar de haber madurado muy rápido no dejo de ser un pibito de 18 muy sensible a todo. Intento encarar el día a día cómo un hombre pero mis sentimientos y reacciones son de un pibito inmaduro.
En todos estos meses he estado un día o dos por mes en tierra, el resto, en el barco.
Es duro, no solo por el trabajo sino también por el tiempo y la distancia.
Cronos y Kairós
Mientras en tierra la vida continúa al tiempo habitual —Cronos—, en el mar la vida se detiene, no hacemos más que pisar la cubierta de esta mole de fierro y madera que nuestra vida en tierra queda en suspenso. Aquí el olor a óxido, el correr de agua constante, el ruido de las máquinas, el alejarse de tierra hace que aquel beso, ese abrazo, aquella última charla o discusión sea lo que nos acompañe hasta tocar otra vez tierra. Tal vez una simple discusión a último momento nos acompaña todo el viaje, se magnífica, adopta formas impensadas, se vuelve recurrente y perseverante. Es presente y pasado a la vez. El mar es el Kairós, el no tiempo.
El último beso lo saboreo todo el viaje, aún respiro el olor de su piel, el último abrazo se vuelve eterno.
Es probable que si discutimos antes de partir, al volver uno quiera continuar con lo que quedó inconcluso, pero quién nos espera en tierra ya ha continuado sin nosotros y ha vivido mil cosas posteriores. Ya se olvidó, aunque uno estuviera días y días dándole vueltas al asunto. Es por esta razón que las cosas toman otra magnitud para nosotros los que nos hacemos a la mar. El hecho de vivir más en el barco que en casa hace que nos volvamos cada vez más ermitaños, más para adentro, más toscos, de menos palabras, más reacios a demostrar lo que no podemos explicar.
Durante los primeros tiempos traté de escapar a esos recuerdos de una vida en tierra que solo dura unas horas prendiéndome en cuanto asado, película, ronda de mates o peña hubiera a bordo. Vino, puchos, guitarreada. Cualquier colectivo me dejaba bien. Todo fuera por olvidar lo inolvidable. Eso, en lugar de servir de escape al recuerdo, a la nostalgia, generó más conflictos en mí. La vida a bordo puede ser amena, agradable y hasta divertida, pero también puede ser conflictiva, hostil y monótona. No nos olvidemos que somos un grupo de personas con diferentes personalidades y costumbres; a pesar de estar unidos por un mismo fin y un mismo destino, somos todos distintos y convivimos con lo duro del trabajo, con las inclemencias del tiempo y con nuestra propia vida familiar a cuestas. Extrañamos y con el correr de los días eso se vuelve más intenso y la convivencia, por lo tanto, cada vez más frágil.
El sentido de pertenencia se va difuminando ya que pertenecemos a dos mundos, el de tierra y el del mar. En los pocos meses —casi un año— que llevo en esta nueva vida, al parecer he madurado mucho y muy de golpe, he pasado temporales, he trabajado mucho, he pasado muchas horas sin dormir, he visto algún accidente menor y cosas por el estilo. Pero en mí cabeza soy un chico, sufro como uno, vivo y reacciono como tal. Mí cabeza no está preparada para tanto y sobrellevo las cosas como puedo.
Tanto ha pasado, tanto para contar, tanto para absorber, tanto para ordenar en mí cabeza. Tantas cosas que no sé cómo contarles a mis seres queridos. Tanto para preguntar, para ponerme al día. Pienso en alguno de mis compañeros, pero el solo imaginarme las respuestas me hace recapacitar, ni loco pregunto algo así, y es que: ¿Cómo preguntarle a un animal de cien kilos, de mangas cortadas y cara de culo como sobrellevar ciertas cosas? ¿Extrañaran? ¿Sentirán como yo? Seguro que si, solo que los años los hizo más duros, pienso: «la aceptación debería ser el primer paso para endurecerme». Observo a cada uno de mis compañeros y me imagino sus respuestas, toscas, duras, extremas, cortas y definitivas, como debe ser. Tengo que encontrar alguien que me salve de tanta confusión, un alguien que no use eso en mí contra en alguna peña. Alguien que se apiade y no haga de mí problema una cargada futura y recurrente.
El estar todo el tiempo interactuando en cuánta actividad, charla o lo que sea a bordo, me lleva a estar en todas, en las alegrías, los chistes, las anécdotas, los cumpleaños, las penas, los asados. Pero también en las peleas y conflictos. Así que: ¿dónde encuentro un interlocutor interesado en guiarme para que no me estrelle tan temprano?
Pienso que los años vuelven a un hombre más observador y yo sentí que el “cheto”, otra vez, me serviría de guía. No necesité decirle nada, el hombre, una mañana me miraba fijo, yo iba y venía y sentía que me observaba.
—¿Qué pasa pendejo? —me dijo gritando, como siempre—. ¡Tomate un mate! ¡Vení! ¿En qué andas?
—En nada, ¿por?
—Sentantate ahí, escúchame.
Este hombre de perfil romano, con la cara ajada por el correr del tiempo y los años en el mar, me miró y me dijo:
—¡Nene! ¡Si no querés pasarla mal dejá de estar en el medio del quilombo!
Al principio no entendí a qué se refería.
—¿Quilombo yo? —Le respondí sorprendido.
El me miró, lleno su pecho de aire y lo fue largando lentamente, como quien intenta calmarse antes de hablar. Como quien se llena de paciencia para hablarle a un hijo.
—Ahí está tu cucheta —dijo señalando el agujero en el piso—. ¡Esa es tu casa, ahí está tu novia, tu familia, tu vida! Lo demás no existe, es mentira! Si querés pasarla bien comé y a la cucheta. Trabajá y a la cucheta. Ahí armate de tus cosas, tus fotos, tus revistas, tus libros, todo, ese es tu cable a tierra.
No fue mucho más que eso, tampoco es Neruda pero desde ese día mí vida cambió.
Ese espacio de uno noventa por setenta centímetros, con el techo a 20 centímetros de mí nariz pasó a ser mí mundo, mí vida, el escape a otra realidad, a mí mundo privado, a mí mundo interior. El comienzo de un camino introspectivo que día a día fue creciendo más y más.
Ahí donde alguna vez morí a la vida en tierra para renacer a la vida en el mar, en ese útero, en ese huevo filosofal me encuentro conmigo, con mis seres queridos..., y con ella, con ese ángel hermoso que me abraza noche a noche, que saca mí dolor de espalda, que calma mí ansiedad por volver. Con ella que se transforma en parte del mar que me acuna con su movimiento.
Aquí donde vengo a descansar he muerto y revivido mil veces, me he conocido como nunca antes. Mí mundo interior se ha vuelto más y más rico, aquí he llorado, he reído, me he enojado, he imaginado, he viajado, aquí muero y revivo cada vez.
Es diciembre, mi bebé ya está por venir, parece que para abril, ¿cómo se llamará? ¿Podré estar? ¡Más me vale! ¡Lau me mata si no estoy! Mientras pienso todo esto suena el timbre otra vez. Trato de concentrarme, de poner mí cabeza en el laburo.
¡¡¡Riiing!!! ¡¡¡Riiing!!! ¡¡¡Riiing!!! Tres timbres fuertes otra vez. Vamos a levantar el equipo, se viene mal tiempo.
Pienso en Lau mientras corro a ponerme la ropa de agua, estará más panzona, ¿se sentirá bien? Todo sucedió tan rápido... ¿Cómo llegamos hasta acá? Hago las cosas mecánicamente, la capota, el cuchillo, las botas, subo una escalera, salgo a la cubierta, el viento silba. Me ubico en mí maniobra, ya estoy. El guinche arranca a virar, miro el mar, está bravo. Mí cabeza vuelve a cuando la conocí. A su cara, a su pelo, a su mirada... esa noche de verano... me pierdo en ella. Su mano sobre la mía..., se escucha missing.
¡El capitán me grita con bronca!
—¿¡En qué estás pensando en la con*#@!?
Entrecierro los ojos miro a mí alrededor y pienso «¡¡¡Noo, otra vez acá!!!». Me hubiera gustado contestarle «¡¡¡Siiii!!! ¿En qué querés que piense, en vos Peladooo?» Pero me lo guardé, se iba a enojar peor. Automáticamente pongo toda mí atención en lo que estoy haciendo, pienso: «no podes ser tan irresponsable Ale. ¡Prestá atención!»
Ahora estoy en plena maniobra, se está levantando un temporal, estoy todo mojado, el primer pescador grita, no escucho nada. El viento, los guinches, la máquina, el mar, todo es ruido. Un compañero me transmite lo que dice el primer pescador con un par de señas. Confirmo con un gesto..., me quedo tranquilo, me preparo para acatar la orden, no es fácil, el barco se revuelca, los cables del guinche que traen la red están tensos. En cada subida y bajada de la popa crujen, parecen hacerse más finitos, se pueden cortar. Hay que estar atentos, si se cortan, el chicotazo puede matar a alguno o cortarle un brazo o una pierna. En fin..., la maniobra en popa termina, el barco comienza a dar la vuelta para seguir la maniobra de costado. No es fácil, la popa se hunde por el peso del equipo que está en el agua. El barco queda expuesto al viento y a las olas de costado, rola, se sacude. Por momentos la borda se mete debajo del agua, el equipo de pesca —la red— se trae —vira— con dos cabos, el chucho y la orca. Cada uno de nosotros se concentra en su maniobra sin dejar de prestar atención a los demás y al movimiento. Todos sabemos el riesgo, tratamos de normalizarlo en nuestras cabezas... pero sabemos..., para eso estamos...
Terminamos la maniobra, equipo de pesca arriba, todo amarrado. El temporal está encima, vamos para adentro, pego una última mirada, ahí está... todo negro. Por detrás nuestro, implacable, inmenso, imparable, estamos a merced de sus embates, se viene, acecha como siempre, como casi todos los viajes. ¿Será está vez? ¡No, seguro que no! Me doy vuelta, sigo caminando, me cambio, me saco la ropa mojada, tomo algo caliente, pregunto quién tiene la primer guardia en el puente de mando. Me contestan... a mí me toca en dos horas. Me preparo para volver a mí mundo. Me quedó pendiente mí bebé, ¿cómo se va a llamar? Alejandra pienso… Nahhh, Laura no va a querer. ¿De segundo nombre? Capaz...
Me acuesto, me tapo, apagó la luz. Respiro hondo, cierro los ojos... ¿Cómo estará? Falta poco... Unos días más y vuelvo. El mar comienza a golpear fuerte. Se siente como la hélice queda en el aire y vuelve a agarrar agua, mí cuerpo se empieza a mover, quiero agarrarme para poder dormir pero no se puede, me entrego. El barco se sacude y yo me dejó llevar..., no me resisto..., cierro los ojos. Quiero soñar que me abraza..., que estoy allá... en tierra.
Hoy 2024 trabajo en una embarcación muy pequeña, salimos temprano en la madrugada y volvemos pasado el mediodía. Este barquito me hace sentir realizado dos veces: por un lado al salir al mar me recuerda lo mucho que amo este trabajo y por otro, cuando miro la costa desde afuera recuerdo que esta noche voy a dormir en casa junto a ella.
Cada tanto, con Laura, cuando salimos a pasear por la costa, lejos de los problemas de la vida diaria, la miro a los ojos, esos hermosos ojos, y el tiempo se detiene. Su brazo se entrelaza con el mío, su mano se posa en la mía, en mí cabeza suena missing, y todo tiene sentido.
Aclaraciones
El relato «MISSING» es una obra original de Alejandro Iacona y se reproduce aquí con su respectivo permiso. La obra se encuentra protegida por derechos de autor suscriptos en el «Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas» y su aplicación en Argentina a través de la Ley 25.140, así como la Ley de Propiedad Intelectual, Ley 11.723 que "protege los derechos de las y los autores de obras científicas, literarias, artísticas o didácticas". Los derechos de comercialización pertenecen del mismo modo a su autor.
Por lo anterior, la reproducción total o parcial del material aquí publicado sin el permiso expreso escrito de su titular queda terminantemente prohibida.


Me encantó! Hasta largué una carcajada desprevenida en el medio. Gracias Ale! Excelente
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