Corría el año 94 y a mí, a la edad de 16 años, un deseo me invadía: conocer la vida a bordo de un barco. Haber escuchado durante toda mí infancia y adolescencia las historias que contaba el esposo de mí hermana, una mole de casi dos metros, apodado “El Elefante”, hacía que mí único objetivo en la vida fuera el de convertirme en marinero. Terco desde chiquito, me propuse convencer a mí padre de que mí futuro estaba en el mar y no en recibirme de maestro mayor de obras y seguir sus pasos. Mí familia insistía en que ni se me ocurriera plantearle algo así a mí padre. Sin embargo, yo no podía con mí genio y poco a poco iba sembrando la idea en cada oportunidad que tenía. Lo que a continuación sucedió es largo de narrar, por lo que solo diré que muy a su pesar logré convencerlo y que hasta casi lo noté orgulloso, no sé si por mis inquebrantables ganas de ser marinero o si por lograr demostrarle que, a pesar de ser un pibito no había cedido ni un centímetro en mis convicciones. Cuando alcancé los 17, luego de un año y de varios trámites engorrosos y hasta dolorosos para mí padre, ya que tuvo que emanciparme ante un abogado, me encontré por fin con la cédula de embarco en mis manos. Con fecha de salida y todo. Aquello era real, me había convertido en “aprendiz de marinero”. La habilitación decía que sería alumno libre y que haría experiencia a bordo hasta cumplir los 19 años, edad en la que tendría que rendir 13 materias para conseguir la libreta de marinero.
El presente relato lleva por nombre «Ritual de iniciación» y es a causa de lo que voy a contar a continuación:
Diciembre del año 95
Claro está que el primer día de trabajo es difícil para cualquiera y el mío no fue la excepción. Ni bien abordé aquel barco un señor con cara poco amable se me acercó y me dijo:
—¿Qué hacés nene? Me dicen Cheto, seguime que te voy a mostrar dónde vas a dejar tus cosas. Yo lo miré casi sin prestarle atención, no tenía idea de que ese hombre sería un gran guía durante los casi siete años que estaría en aquel barco. Bajamos una escalera que llevaba al comedor y una vez ahí me mostró un agujero en el piso del tamaño más o menos de 4 baldosas, por dónde solo cabía un hombre; un hueco oscuro donde se divisaba el comienzo de una escalera de fierro que bajaba de forma vertical. Bajamos, primero yo, luego quien me acompañaba y al llegar abajo me doy cuenta de que estoy muy abajo. Mi acompañante lo confirma: me dice que estamos en el fondo del barco, osea, debajo del agua. Lugar oscuro, angosto, húmedo, rodeado de cuchetas y taquillas. El olor —para mí, que era mí primera vez— penetrante, una mezcla de óxido, humedad, olor a pescado y a humano. Me muestra mí cucheta y el lugar donde debería dejar mis cosas y vestirme con ropa acorde. Yo lo llamo madurar de golpe, y aunque con el correr de los años seguirían varias otras maduraciones de golpe, aquella sería fundamental. En las entrañas de ese barco, al desvestirme estaba dejando toda mí vida conocida hasta ese momento y vistiéndome para otra totalmente desconocida. Una muerte y un nacimiento…
Al salir a cubierta escuché por primera vez a quien después sabría que era el capitán:
—¡Larguen los cabos! —gritó, indicando que se debían soltar amarras.
Una sensación de desarraigo, de soledad, de desprendimiento, me sorprende en ese mismo momento. Familia y amigos, haciéndose cada vez más y más pequeños a medida que la marcha avanzaba. Todo lo conocido, lo habitual, mí vida en tierra se alejaba... Unos pocos segundos que, aún hoy muchos años después escribiendo esto, me generan una tremenda sensación de vacío en el pecho. De un momento a otro un grito, una indicación y la vuelta a la realidad, esa que tanto había anhelado. Miré a los demás y los vi serios, mirando hacia abajo, inmiscuidos, concentrados en lo que estaban haciendo y dándome cosas para hacer a mi. Como evitando el saludo, como evitando mirar… Pensé: «¿cómo pueden?» Luego, con los años entendería..., es mejor así. Al principio todo iba entre interrogatorios —algunos no muy amables— y enseñanzas. Primero lo básico: no es adelante o atrás, es a proa o a popa, no es al medio, es al través, no es a la izquierda o a la derecha es a babor o estribor, después borda, puente, guinches, plumas, cáncamos, cabrestantes, etc. Más adelante aprendería otras más complejas como ubicación, navegación, norte, sur, este y oeste, norte magnético, norte verdadero, posición, grados, minutos y segundos. Pero eso es para después..., ahora lo básico. Aprender a caminar dónde el piso se mueve, los guinches hacen fuerza, todo es fierro y madera y alrededor solo hay agua.
—¡No te agarres! —me gritaba uno.
—¡Caminá con confianza! —me gritaba otro.
—¡Cualquier error te puede costar un brazo, una pierna o peor! —me decía a viva voz un tercero para no ser menos.
—¡Mantené el equilibrio!
—¡Abrí los ojos!
En mí cabeza solo se repetía una frase: «¿dónde me metí?» y es que en un barco la gente grita y mucho, claro, para hacerse entender tienen que superar el ruido contínuo de los motores, el romper constante del mar contra el casco. Finalmente uno se acostumbra y grita también, incluso cuando ya no hay tanto ruido.
Luego de esas primeras horas navegando en las que mientras tanto alistábamos el barco para llegar a la zona de pesca, fuimos a comer y a descansar.
—¡Descansá nene! ¡Comé!. Acá se come cuando no hay hambre y se duerme cuando no hay sueño. Después, quién sabe...
Un día y medio navegamos hacía la zona de pesca... Alrededor sólo mar. Extraño mí casa, el té con mí papá, la escuela, las tardes en bici y el calor de mí hogar. Es de noche, no sé qué hora es, pero es tarde. Quiero estar quieto, no se puede, mí cuerpo golpea los costados de la cucheta una y otra y otra vez, el barco no para de moverse. Rola, cabecea, los motores no paran. Siento el mar golpeando en mí oreja, me doy cuenta de que solo me separa la chapa del casco de la inmensidad del mar. Unos pocos milímetros de acero, eso es todo.
¡Tres timbres fuertes! ¡Riiingg!, ¡Riiingg!, ¡Riiingg! Segundo golpe madurativo. Acá estoy, solo..., en el medio del mar..., sin la palmada de mí papá.
—Dale levántate que hay que ir a la escuela. Ya está la leche —nada de eso—. Alrededor gente que no conozco en el medio de la nada. Depende de mí ahora.
—¡Dale pibe, vamos a largar! ¡Abrigate!
Son las 4:30 de la mañana, me visto como puedo, el piso se mueve, el miedo me invade. Salgo a cubierta, es de noche, solo la cubierta está alumbrada, alrededor del barco la oscuridad es total. No se ve el mar —solo se siente—, el viento con agua me hace entrecerrar los ojos, no hay horizonte…, oscuridad y nada más. Miro hacia la zona de la cubierta dónde sucedería todo..., cada uno en su lugar... «¿Cuál es el mío?», pienso. Alguien me toca el hombro y me dice al oído:
—¡Dale nene! —Es el primer pescador, mí cuñado, El Elefante. Aquel que tantas historias me había contado, ahora es quien manda, ya no mí cuñado, si no la voz de mando.
—¡Vos! —grita señalando a alguien—. ¡Vos! Vení, llevate al pibe. Que vaya con vos, cuídalo. ¡¡¡Enseñale!!! —Esto último se lo dijo con una cara que nunca había visto en él..., claro..., enseñar es todo en este oficio.
El cheto otra vez. Un hombre canoso, ancho, de paso firme, con más hombros a sus 50 y tantos que yo a mis 17.
—Seguime —grita—, yo te voy a decir cuál es tu maniobra. Abrí los ojos. Prestá atención, una sola vez digo las cosas—. El ruido de las máquinas..., el guinche..., los motores aturden. El mar no es lo que esperaba, golpea fuerte, sacude baldazos de agua fría en mí cara. Entrecierro los ojos, un marinero me hace una seña, no entiendo, otro se acerca y me grita al oído.
—¡¡¡Primero haces esto, después haces esto otro, hace lo que yo te digo!!! ¡¡¡Abrí los ojos!!!
Poco recuerdo de esa primera maniobra, una vez terminada, la red en el agua, el sol se asoma en el horizonte. Hay viento, el mar no es tan sereno como pensé, hay olas, no son azules… el viento las vuelve gris oscuro. El agua corre en cubierta, va de banda a banda, está a la altura de mis tobillos...
—¿Nos hundimos? —pregunto.
—¡No nene, es normal! —responde sonriente alguien a quién la pregunta le trajo seguramente su propia iniciación—. Vamos para adentro a desayunar.
Una vez adentro todos me miran feo y no entiendo el por qué. La respuesta no se hace esperar.
—Acá el aprendiz pone la mesa, ayuda con la limpieza, pone las pavas. ¡Hoy pasa, mañana organizate! Ahora tomá algo caliente y cambiate la ropa mojada.
Pasa un rato, entre gastadas, palmadas en la espalda y alguna que otra amenaza de cierto bautismo inminente. Se cuentan historias, hablan de sus cosas... yo solo observo. ¡Tres timbres fuertes!: ¡Riiingg!, ¡Riiingg!, ¡Riiingg! La charla se corta al instante.
—Ahora si nene, esto no para más hasta que volvamos a casa.
El último horario coherente había sido un rato antes, a las 4:30 de la madrugada, desde aquel momento pescaríamos las 24 hs. “Cuando se puede se come, cuando se puede se duerme”, finalmente lo entendí. Salimos nuevamente a cubierta, mientras los guinches comienzan a traer el equipo de pesca. Me explican qué hacer, dónde ponerme, y cómo nos vamos a comunicar.
—Será por señas, un dedo arriba y lo movés de lado a lado y eso significa “vira”
—¿Qué es vira?
—Tranquilo nene, ya vas a entender, puño levantado es “aguantá o pará. Vos caminas por acá, después por acá, haces esto, pones esto acá, ahora te paras allá...
—¿Para qué? —pregunté nervioso y desorientado
—¡¡¡Tranquilo nene!!! Vos hacé lo que yo te digo, confiá... con el tiempo vas a entender para qué haces cada cosa, ahora estate atento a los demás, mira a tus compañeros, hace caso: De vuelta: abrí los ojos. Acá somos una cadena y vos sos un eslabón más, si vos fallas... falla todo, te complementás, hacé las cosas bien y todo va a salir bien, si tenés dudas preguntá, si no sabes que hacer mete mano, nadie te va a decir nada si tenés voluntad. Hacemos la misma maniobra cada tres horas durante 15 días o lo que dure el viaje. El que manda se llama primer pescador, después está el segundo pescador, después los marineros que de acuerdo a su experiencia y destreza ocupan un puesto de responsabilidad y luego el o los aprendices. Por menos que te toque hacer, hacelo bien por qué hace al todo... Todos somos importantes e indispensables.
—¿El primer pescador manda? —pregunto entonces.
—No, acá somos todos iguales pero, si, manda... Se le dice primer pescador porque es el que más sabe, pero también por qué es el primero en todo, el primero en salir a cubierta, el primero en saltar arriba de un problema, el primero en levantarse, el primero en todo. ¿Manda? Si, pero más bien dirige a gente con experiencia también; solo manda por el respeto que se le tiene. Sin ese respeto nada podría hacer, es el encargado de dirigir pero también de enseñar y eso lo hace siempre con el ejemplo. Acá somos todos iguales: cuando se hunda el barco nos vamos a morir todos juntos…
Aquel fue mí tercer golpe madurativo de unos cuantos que vendrían después. Ser consciente de que la muerte está ahí, a nada, a una ola, a merced del viento... flotando entre todos nosotros... Comprender que en la muerte somos todos iguales... La muerte nos une, nos nivela, nos acompaña.
Se hace de noche…, tengo frío…, estoy cansado… Alcanzo a acostarme unas horas, el colchón está húmedo, mis ojotas flotan en el piso de este oscuro camarote; a pesar de todo la cucheta aún me acobija; me acuna; entrecierro los ojos; ¿será un sueño? Pienso en ellos, en todos… en los de ahora y en los de antes, en mí familia…en mí papá. ¿Sabrán? ¿Cómo contarles…?, ¿podrán imaginarlo? Mis ojos no dan más, mí mente tampoco,
Hoy, a 29 años de ese primer viaje me encuentro repitiendo las mismas frases, haciendo exactamente lo mismo, acompañando a cuánto pibe esté a mí cargo, ayudando a quien no sabe y aprendiendo de otros con más experiencia… Riiiingg, Riiiingg, Riiiingg. Tres timbres fuertes otra vez. Otro ritual..., otro día que comienza..., el mismo fin.
Análisis de la Obra
El relato «Ritual de iniciación» es una historia verídica en todos y cada uno de sus puntos y gracias al mismo Alejandro nos ha abierto una escotilla a un mundo fascinante y peligroso: su propio mundo. Lo increíble de todo este asunto es que pese a no ser una construcción literaria ficticia la obra nos muestra el típico viaje del héroe, inconcluso eso sí, pero donde podemos presenciar el típico proceso de transformación personal a través de la experiencia, en este caso, de embarcarse en un viaje marítimo. Desde el inicio, el protagonista refleja un deseo visceral de pertenecer al mundo del mar, alimentado por las historias de su cuñado y su rebeldía frente a las expectativas familiares. Es decir, la disconformidad del protagonista respecto a su entorno y sus ganas de lanzarse a la aventura. De no haberlo escuchado de boca de él mismo, podría pensar que es todo una invención, pero no, no lo és y esto es tal vez lo más admirable del relato, su veracidad que raya la ficción. A través de su determinación, el joven Alejandro logra embarcarse como aprendiz de marinero, marcando el inicio de un viaje tanto físico como emocional, e incluso filosófico.
En su narración aunque como ya he dicho, verdadera, podemos encontrar facilmente ciertos puntos arquetípicos comunes a la narrativa universal que al fin y a cabo no son otra cosa que simbolos de la vida real, en lo que tal vez bien pudiera ser un caso de aplicación de aquella vieja máxima que reza: "cuando la realidad supera a la ficción". Veamos a continuación algunos de ellos.
Iniciación y maduración: el relato es un claro ejemplo de un rito de paso, en el que el joven protagonista abandona su vida conocida para adentrarse en un ambiente hostil, extraño y desafiante. El momento de descender al fondo del barco, entre olores fuertes y sensaciones nuevas, simboliza la "muerte" de su vida anterior y el "nacimiento" hacia una nueva realidad. Esta experiencia no es solo física, sino también psicológica, pues el protagonista tiene que enfrentarse al miedo, la soledad y la dureza del trabajo. Esta transformación se destaca por las "maduraciones de golpe", que son momentos en los que la realidad del mar y la vida a bordo lo golpean y lo obligan a adaptarse rápidamente.
El mar como metáfora de lo desconocido: el mar, presente en todo el relato, es tanto un lugar físico como una metáfora del abismo al que el protagonista se enfrenta. El mar representa lo inmenso, lo desconocido, y al mismo tiempo el desafío personal que el protagonista ha decidido enfrentar. La inmensidad del mar se refleja también en la oscuridad de la primera noche a bordo, cuando el joven Alejandro siente la vulnerabilidad de estar solo, en medio de la nada, sin el apoyo de sus seres queridos.
La jerarquía y el compañerismo: el barco es un espacio donde las relaciones jerárquicas son claras, pero también lo es el sentido de comunidad. El protagonista va aprendiendo las reglas del barco, tanto las técnicas como las sociales. La figura del "primer pescador", que en este caso es su cuñado "El Elefante", es la máxima autoridad a bordo, pero la relación entre los marineros es de camaradería. Todos dependen unos de otros, y aunque el protagonista es el aprendiz, se le enseña que cada rol, por más pequeño que sea, es crucial para el buen funcionamiento del equipo.
Desarraigo y nostalgia: el desarraigo es otro tema que cruza el relato, manifestado en las reflexiones del protagonista sobre su vida anterior. El alejamiento de la familia y las actividades cotidianas que daban seguridad, como las tardes en bicicleta o el té con su padre, le provocan una profunda sensación de vacío. Sin embargo, este sentimiento es parte del crecimiento que experimenta a bordo, un proceso inevitable al cortar los lazos con su vida pasada para enfrentarse a la realidad de su elección.
La adaptación a la vida a bordo: el autor nos muestra como es introducido a un nuevo lenguaje, no sólo en términos técnicos (proa, babor, vira), sino también en cuanto a la actitud ante la vida en el barco. El aprendizaje es constante y va más allá de lo técnico, ya que también aprende a leer las señales de sus compañeros, a reaccionar ante las situaciones de peligro y a entender que en el mar, la improvisación y la rapidez son esenciales. El ruido, la constante actividad, y el trabajo sin descanso marcan el ritmo de su nueva vida.
En su «Ritual de iniciación» Alejandro nos narra sobre su propio viaje hacia la adultez y la transformación interna que le ocurriera cuando, por propia elección, se enfrentó a lo desconocido. Por extrapolación entendemos que también habla de la vida en general y como los cambios de etapas nos marcan para siempre. Así, la vida en el barco es un microcosmos en el que se refleja la dureza de la vida misma, con sus jerarquías, desafíos y lecciones. El protagonista, que no es otro que el mismo autor pero mucho más jóven e inexperto, al someterse a esta experiencia, pasa por un proceso de aprendizaje forzado, una maduración acelerada que lo lleva a entender la importancia de su rol dentro de una comunidad, la necesidad de adaptarse a un entorno adverso y, finalmente, el sentido de pertenencia que solo puede adquirirse a través de la experiencia.
Aclaraciones
El relato «RITUAL DE INICIACIÓN» es una obra original de Alejandro Iacona y se reproduce aquí con su respectivo permiso.
El análisis de la obra es una creación original de Ariel Mestralet para Revista Fuego Eterno.
Ambos se encuentran protegidos por derechos de autor suscriptos en el «Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas» y su aplicación en Argentina a través de la Ley 25.140, así como la Ley de Propiedad Intelectual, Ley 11.723 que "protege los derechos de las y los autores de obras científicas, literarias, artísticas o didácticas". Los derechos de comercialización pertenecen del mismo modo a los autores.
Por lo anterior, la reproducción total o parcial del material aquí publicado sin el permiso expreso escrito de sus titulares queda terminantemente prohibida.


Una historia super atrapante!! Quiero seguir leyendo de estos relatos, me tuvo atrapada hasta el final y cuando terminó tuve la sensación de que quería seguir leyendo!
ResponderBorrarIncreíble historia!! Esperando ansiosa el próximo relato.
ResponderBorrarUna temática nueva para mi, que no conocía, pero que me atrapó desde la primera línea
Siempre admirandote 🥰 además un gran marinero, sos un gran compañero y padre. Te felicito y adelante. 💞
ResponderBorrarMuy bueno! El análisis también
ResponderBorrarTremenda vivencia muy bien contada. ¡Felicitaciones!
ResponderBorrarexcelente historia, se nota la experiencia vívida y la realidad y sufrimiento detrás de las palabras!!! felicitaciones por las palabras, tanto de Alejandro como de Ariel!
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